Sin la versión radiofónica de Orson Welles de La guerra de los mundos, no existiría Casablanca (1942). O, por lo menos, la película protagonizada por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman no sería la que es. Porque Howard Koch, uno de los tres guionistas del filme de Michael Curtiz, llegó a Hollywood gracias a la invasión extraterrestre del 30 de octubre de 1938. Aquella noche de hace 79 años, en un clima prebélico, muchos estadounidenses –aunque no tantos como se ha dicho posteriormente–
creyeron estar viviendo a través de la radio un ataque marciano en
directo gracias al ingenio de Welles y el Mercury Theatre, y el guion de
Koch.
La consecuencia inmediata del revuelo que se montó en torno a la famosa emisión de radio de la CBS fue que Hollywood fichó a los principales implicados en el montaje y, mientras Welles y sus compañeros rodaron Ciudadano Kane (1941) -una de las grandes películas de todos los tiempos-, Koch firmó un contrato de siete años con la Warner Brothers. Al principio, cuenta el guionista en su libro La emisión del pánico (1970), el estudio no tenía muy claro qué podía escribir, pero con el tiempo le encomendaron un proyecto:
El resultado final fue Casablanca, película por la
que Julius Epstein, Philip Epstein y Koch ganaron el Oscar al mejor
guion adaptado. La cinta se llevó, además, los premios a mejor película y
mejor director. 75 años después, y sin desmerecer las contribuciones de
los hermanos Epstein, merece la pena recordar que, si no llega a ser
por la adaptación radiofónica de Orson Welles de la novela de ciencia
ficción de H.G. Wells, Casablanca sería otra película.
La consecuencia inmediata del revuelo que se montó en torno a la famosa emisión de radio de la CBS fue que Hollywood fichó a los principales implicados en el montaje y, mientras Welles y sus compañeros rodaron Ciudadano Kane (1941) -una de las grandes películas de todos los tiempos-, Koch firmó un contrato de siete años con la Warner Brothers. Al principio, cuenta el guionista en su libro La emisión del pánico (1970), el estudio no tenía muy claro qué podía escribir, pero con el tiempo le encomendaron un proyecto:
Finalmente, heredé algunas escenas y
fragmentos de diálogos abandonados por dos escritores anteriores. Me
pidieron que construyera una historia incorporando estos fragmentos para
una producción cuyo comienzo estaba programado para dentro de dos
meses. Con la cámara pisándome los talones, comencé a escribir
desesperadamente, con la única y vaga noción de cuál era el orden de
cada escena, deseando que una condujera a otra, y a otra y a otra y que
la suma total, si vivía para entonces, equivaliera a una película que no
fuera tan mala como para dar por finalizada mi breve carrera en
Hollywood.
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